Voces de Expertos
por
Cándida Reyes Alegre Calderón
El imaginario de la libertad expresado a través de la internet durante la pandemia COVID 19
31
de
May
de
2023
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Una de las partes más importantes en el imaginario humano es el concepto de libertad. A lo largo de la historia las pugnas más sangrientas se han llevado a cabo en su nombre; de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, la libertad es “la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. A mi juicio, y aunque el ser humano afirma que la libertad es su condición óptima, considero que desea una libertad controlada, segura, con límites; una libertad donde pertenezca a algo, a un grupo, a una familia o a una “tribu urbana”, y donde ese mismo algo lo defina. Como lo decía Eric Fromm (2005), cuando un sujeto evoluciona “crece el sentimiento de ser individual y habrá una tendencia más profunda a la soledad”, y, aunque ahora no necesitamos la protección de una “tribu” para sobrevivir físicamente, parece que nuestro subconsciente guarda ese recuerdo de tiempos inmemoriales.

Los constructos heredados de nuestros padres, los símbolos que nos identifican como humanos, hablan siempre de un grupo social al cual pertenecer, de la inconveniencia de la soledad y de la necesidad de un grupo de apoyo como “una familia” que te confirme quién eres y cuál es tu lugar como persona. Actualmente, parecería que el mundo virtual se presta para otorgarle al ser humano ese sentido de libertad, la posibilidad de deshacerse de las cadenas de lo físico y de poder elegir quien quiere ser sin límites, aun cuando este mundo resulte ser una fantasía, y es que, desde principios del siglo XXI, la internet nos ha acompañado en nuestra vida diaria, y cada vez más “dependemos” de ella.

El imaginario que se refiere a la libertad se desborda dentro de este medio que nos convierte en “exploradores” de la red, nos invita a gozar aventuras, a conocer lugares nuevos, y a tener grandes experiencias, a través de la pantalla de la computadora, desde la comodidad y seguridad de nuestro propio hogar, es decir, nos permite ser “libres” de manera controlada y confiable.

La internet es un universo virtual en el que prácticamente podemos ser “quienes queremos ser”, pareciera que la pantalla nos devuelve la mirada y nos confirma, tal como la madre al infante, según comentaba Jacques Lacan en su estadio del espejo; la máquina nos confirma nuestra humanidad y no solo eso, nos permite, inclusive, tener una “vida completa” como ocurre en la comunidad virtual Second Life, (2003 by Linden Lab) donde no solo se puede tener un avatar (es decir, un cuerpo e identidad virtual), una residencia y un trabajo, sino la posibilidad de crear objetos e intercambiar diversidad de productos virtuales a través de un mercado abierto que tiene como moneda local el Linden Dolar.

Armando Silva (2019) vislumbraba desde hace algunos años el cambio de lo urbano “real” a lo virtual, decía que lo urbano ya no se limitaba a la ciudad física, sino que se proyectaba a la Red, donde se formaban tribus que compartían intereses y le proporcionaban al ser humano un sentido de pertenencia y lo liberaban del yugo de lo real; y que el imaginario urbano se podía reconocer en esas interacciones virtuales tanto como sería en la ciudad construida.

Desde hace algunos años, las redes sociales hacen patente esa situación, puesto que uno puede pertenecer a grupos dentro de Facebook que se unen por la admiración que profesan, por ejemplo, a artistas, a comunidades de deportistas o a personas con los mismos intereses dentro de la cultura pop. Esa nueva comunidad virtual por lo general es global, es decir, tiene miembros de todo el mundo, además, los perfiles de Facebook e Instagram, los filtros para editar las fotografías y “los chats” por Messenger o WhatsApp, han generado “relaciones virtuales”, amistosas e inclusive amorosas, que, finalmente, se quedan en lo irreal, porque lo que se consolida es la conversación a través del medio electrónico, no el conocimiento profundo del interlocutor.

Por otra parte, en la internet se puede ser “quien uno desee”, inventarse una historia personal, un aspecto físico (virtual), unos gustos y aficiones, inclusive el sexo y edad, lo que ha provocado, desafortunadamente, situaciones moralmente cuestionables.

Por supuesto el mercado también ha encontrado su nicho de acción en la internet y, aunque no era muy común, empezaron a aparecer las tiendas virtuales: la venta de películas, de series de TV, de juegos, de música, de ropa y comida virtual para avatares, de boletos para conciertos y de conciertos en línea e infinidad de productos y servicios.

Esta situación se exacerba a partir de la pandemia por COVID 19, ya que lo virtual se transforma en lo cotidiano y toca todas las áreas de nuestra vida, por lo cual un gran porcentaje de la población se adhiere a ella. Muchos de nosotros tuvimos que trabajar o estudiar en línea, ante el terror del contagio, lo que generó un acelerado crecimiento de las ventas por internet y como sociedad consumista, una de nuestros primeras “necesidades” es seguir adquiriendo productos que satisfagan nuestras carencias emocionales, sobre todo, desde el trabajo de “las nenis” en redes sociales como Facebook, hasta los grandes almacenes como Liverpool o Palacio de Hierro cuya oferta en línea es, además, mucho más asequible que lo presentado en la tienda física.

Los supermercados y los restaurantes de comida rápida han sido otro de los grandes beneficiados, puesto que el servicio de víveres y comida a domicilio se desborda. Por supuesto Uber Eats, Didi, Rappi son los favoritos a partir de ello. En los medios urbanos, los menos beneficiados son aquellos que no tienen acceso a la internet, tanto para sus negocios como para la educación.

En este sentido, los profesores y los alumnos debieron, de súbito, aprender a relacionarse a través de la pantalla, es claro pensar que no es la misma situación chatear con algún amigo que tomar una clase en línea. Muchos de los profesores jamás habían utilizado una computadora para esos fines y sufrieron la presión institucional para trasladar su trabajo de lo presencial a lo virtual en un tiempo mínimo, además de una serie de nuevas disposiciones de supervisión del desempeño que nunca se aplicaban en las clases presenciales y resultaron abrumadoras para el docente y el estudiante.

Los alumnos, en especial los pequeños, tuvieron que pasar largas horas en las computadoras, realizando actividades que además de estar descontextualizadas por la falta de compañeros y profesor en un mismo espacio, resultaban sumamente agotadoras y sobre todo aburridas.

Nuestras interacciones sociales también se volcaron al mundo virtual, inclusive se llevaron a cabo fiestas virtuales, donde cada participante disfrutaba de su bebida en su propio hogar mientras conversaba con sus amistades; sin embargo, la falta de presencia física no permitía que hubiera una conexión real. Obviamente todo este proceso fue guiado por el miedo: el miedo al contagio, el miedo al contacto con nuestros semejantes y el miedo a nuestra propia vulnerabilidad humana.

Parecía que luchábamos con un enemigo invisible, implacable, que atacaba repentinamente, y nos acechaba en las sombras. Fueron años de duda y expectativa, sobre todo mientras no existía una vacuna con la cual pudiéramos defendernos, estuvimos en estado de guerra contra un enemigo invisible pero certero y eso impactó nuestro mundo de manera plausible.

Como Michel Foucault (1975) afirmaba, una pandemia da pie a ejercer el control de las autoridades sobre la población, inclusive Byung-Chul Han (2020) percibió que la pandemia era controlada en países autoritarios, y que en el resto del mundo las democracias sufrían las consecuencias de sus libertades y aunque en México –una democracia– la prohibición en realidad era una invitación a cuidar la propia vida, sí se sintió el ambiente de tensión y de aprisionamiento producto de esa guerra invisible.

Así pues, los seres humanos se refugiaron en el mundo virtual y ahí continuaron con su vida, su trabajo, sus relaciones y sus aficiones. En México solo una parte de la población, suficientemente privilegiada, cuenta con un equipo de cómputo y acceso a red de internet, además de una profesión que le permitió trabajar en casa, pero el resto de la población no pudo escapar de su realidad.

Después de la pandemia, el mercado virtual ha logrado posicionarse, no sólo los grandes comercios, sino los negocios pequeños y aun los individuos gozan de un lugar en este nuevo contexto que parece una tendencia que se vuelca hacia ese ámbito, el mercado cada vez es más globalizado y, por ende, virtual.

Finalmente, como podemos apreciar, nuestro autoconcepto ha podido acercarse a la perfección a través del medio virtual, las relaciones sociales se han vuelto internacionales y el acceso a las mercancías se ha facilitado enormemente, solo cabría preguntarse, ¿Valdrá la pena sacrificar lo real, lo humano, esto es, las sensaciones, la conexión significativa, pero imperfecta, por esta nueva manera de interactuar, cómoda, pero hasta cierto punto, falsa y superficial?

O, en otras palabras, ¿Vale la pena estar “a salvo” con una libertad fingida y sacrificar nuestra corta vida en aras del intento de controlar lo incontrolable? Porque la vida es caótica e impredecible y nuestra vana intención humana por ponerle orden ha fracasado, desde los intentos de unificación urbana del pensamiento moderno, hasta el presente desahogo del imaginario de la libertad en los medios virtuales, donde “todo es como uno quiere”, ya que, aún en la internet se ha generado “un lado obscuro”, la Deep web, donde el caos se cuela dentro de nuestro mundo ideal, además las nuevas leyes que van surgiendo, regulan cada vez más el manejo de datos en la internet y merman esa supuesta libertad.

Pareciera que al liberarnos del mundo real nos atamos a otro mundo, más frío e impersonal. Y finalmente ese imaginario de la libertad es solo una fantasía, porque para ser verdaderamente libre debemos arriesgarnos a experimentar, a aceptar la incertidumbre y a ser reales, además de aceptar la responsabilidad y consecuencias de nuestras acciones, y en nuestro imaginario moderno es muy inconveniente el actuar así, sería retar al orden social y eso sería inaceptable, tanto por las consecuencias en la armonía de las relaciones interpersonales, como por el orden del sistema socioeconómico impuesto al mundo físico desde hace ya varios siglos.

REFERENCIAS

Sopa de Wuhan (2020). La emergencia Viral y el Mundo de Mañana. Byung Chul Han. Editorial ASPO

Fromm, E. (2005) El miedo a la libertad, Buenos Aires, Editorial Paidós.

Foucault, M. (1975) Vigilar y Castigar. Buenos Aires, Editorial SXXI

Silva, A. (2019) Territorios y lugares imaginados. Topofilia. Revista de Arquitectura, Urbanismo y Territorios. ICSyH “Alfonso Vélez Pliego” BUAP. Año XII No. 19.

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