Las ciudades son los territorios donde, actualmente, más de la mitad de los seres humanos desarrollan sus vidas. Una gran cantidad de personas, a lo largo y ancho del mundo, han decidido participar en la consolidación y propagación de este grandioso artefacto conocido como ciudad. Es por ello que el fenómeno urbano se ha convertido en centro de atención y espacio de estudio en múltiples disciplinas científicas; ciencias humanas como la geografía, la antropología o la sociología establecen sus diferentes métodos en torno al estudio de lo urbano de manera interdisciplinar; también en las artes existe una preocupación profunda sobre la ciudad, especialmente en la arquitectura puesto que la conforma, pero también en la literatura o en la poesía pues la construye simbólicamente. La cuestión estética ha acompañado a la evolución de las ciudades desde sus primeros prototipos y continúa haciéndolo hoy en día. Y por si fuera poco, también las ciencias físicas han establecido sus métodos complejizando el estudio de este particular territorio: la biología, la acústica o la ecología encuentran en las ciudades un amplio campo de estudio.
En la breve reflexión que aquí se presenta sobre el estado actual de las ciudades y de sus posibles manifestaciones al futuro, se parte de la idea de que dicho futuro urbano no se muestra muy esperanzador debido a la crisis ecológica que se manifiesta prácticamente en toda ciudad del planeta. En sintonía con Calame (2017) se entiende que hoy por hoy, no existe un solo ejemplo de ciudad en el mundo que pueda definirse como sostenible. La morfología monolítica de las ciudades modernas y las formas de vida que en ellas se manifiestan, impiden la configuración de un territorio que pueda ser considerado verdaderamente sustentable. Desde la ecología se comprende que la ciudad moderna es un ecosistema heterótrofo incompleto, es decir: “Una ciudad solo puede ser considerada un ecosistema completo si se consideran completamente incluidos en él los ambientes de entrada y de salida”. (Odum en Bettini, 1998, p. 79) Los flujos de entrada (materiales, mercancías, energía) no se balancean con los flujos de salida (residuos, basura, gases, toxinas), provocando un desequilibrio ecológico de grandes proporciones e impidiendo que la ciudad como ecosistema pueda integrarse de manera neguentrópica a la biosfera.
La pregunta que aquí se plantea es sobre las formas de vida que la sociedad humana desarrolla en los territorios urbanos. Hoy en día, la proliferación de diversos dispositivos de mediación sensible, sumada a una constante promoción espectacular de la cultura, ha conseguido situar la facultad del juicio estético en un espacio determinado principalmente por lo político y lo económico. La necesidad de los grupos humanos por pertenecer y sentirse identificados en un entorno común, ha sido aprovechada por diversos aparatos —políticos, económicos, ideológicos— que operan en provecho de sus intereses, mediante una articulación de lo sensible. De acuerdo con Rancière 1(2014) el enfrentamiento entre lo estético y lo político se funda en un reparto de lo sensible, que lejos de establecer una distribución equitativa de la sensibilidad, configura experiencias de carácter estético que conducen hacia la creación de nuevas formas de subjetividad política. En el terreno estético, se conforman distinciones sociales que se legitiman y que se instituyen (Bourdieu, 1988), consolidándose una estética dominante y una estética del oprimido.
A raíz de este reparto, de esta distinción estética, se genera una serie de luchas y conflictos entre los diferentes grupos sociales: “Los gustos (esto es, las preferencias manifestadas) son la afirmación práctica de una diferencia inevitable” (Bourdieu, 1988, p. 53). La cuestión del gusto por lo bello, lo ominoso o lo sublime, no es algo simplemente de carácter subjetivo, sino que deviene intersubjetividad, y con ello identidad, ideología y política. Mediante aparatos estéticos como el fotográfico o el cinematográfico (Déotte, 2012) , o bien, el museo y el patrimonio cultural, la industria de lo sensible busca desarrollar una sensibilidad común. Desde la perspectiva de Boal (2012), estos aparatos, más que enfatizar y fortalecer dicha sensibilidad común, lo que logran es más bien, incrementar la tensión dialéctica entre las estéticas dominantes y oprimidas, otorgándole a la estética dominante el papel de estética anestésica: “[…] la estética producida por las clases dominantes [refiriéndose] al efecto que ciertos tipos de arte, medios de comunicación, publicidad y otros productos culturales pueden causar en sus consumidores” (López, 2016, p. 122-123), lo que constituye, en términos de Debord (2012), la sociedad del espectáculo.
En este tipo de sociedades, predominantemente urbanas, la estética anestésica funge un importante papel como aparato que legitima lo sensible. Bajo esta permisividad del gusto anestesiado, lo que se discute aquí, entonces, no es tanto el problema de los gustos particulares de los distintos grupos sociales, sino más bien, son las consecuencias medioambientales las que desean observarse como consecuencia de los gustos fortalecidos por una estética dominante que anestesia los sentidos. La relación sensible entre la vida urbana y el ecosistema que esta configura, no puede sino considerarse anestesiada e indiferente ante la crisis ecológica actual.
A raíz de esta creciente desarticulación entre la percepción estética y el problema ecológico actual, se propone el desarrollo de una categoría que permita fusionar, interdisciplinariamente, la cuestión estética con la cuestión ecológica, tomando como elemento amalgamador a la ciudad, pues ella integra en su configuración componentes tanto de carácter estético como ecológicos. Más allá de reconocer las cualidades estéticas de un paisaje o de un edificio, un aparato eco-estético busca la articulación entre la sensibilidad común y el cuidado del ecosistema en donde dicha sensibilidad se desenvuelve. La raíz de la noción eco-estética se sumerge en la posibilidad de desarrollar una sensibilidad común cuyo gusto priorice el cuidado del medio ambiente a través de la configuración de morfologías urbanas que privilegien la vida sobre la cultura, es decir, se trata de anteponer el gusto por la supervivencia al gusto por el símbolo.
Un aparato eco-estético puede entenderse de manera contraria al land-art. En esta expresión artística el símbolo o código estético se traslada hacia la naturaleza, se interviene el ecosistema
2. mediante una forma simbólica expresada por un artista. Por el contrario, lo eco-estético se pone a prueba en los territorios humanos, particularmente en las ciudades, que como se ha dicho, no son sostenibles. Y se pone a prueba, precisamente, mediante una serie de interrogantes que obligan a replantear el gusto por las morfologías urbanas creadas desde el reparto de lo sensible y la distinción estética. Se trata de encontrar y promover dispositivos de mediación sensible que fortalezcan la sensibilidad común, no solo desde el reconocimiento de las cualidades estéticas de tal o cual forma de vida, sino principalmente desde la articulación de lo sensible con el ecosistema donde ocurre tal experiencia.
Así, la conjunción eco-estética plantea un análisis profundo sobre la actual morfología urbana y sus devastadoras consecuencias en la biosfera. Mediante dicha conjunción, se describe una posible epistemología interdisciplinaria para el desarrollo de nuevas miradas para el estudio del fenómeno urbano. Entonces, la gran pregunta que se formula la eco-estética está en cómo conservar las formas de habitar en las ciudades que son consideradas de alto valor histórico y artístico, sin poner en riesgo, no solo la continuidad de la vida, sino, además, el gusto por habitar sensiblemente en un ecosistema que no esté estética y ecológicamente anestesiado.
La ciudad es un espacio que almacena la vida humana, sus símbolos y códigos culturales y, ante todo, la posibilidad de un futuro sustentable. Es en las ciudades donde la sensibilidad común debe evitar ser repartida, mediante un esfuerzo de comprensión ecológica. Hoy más que nunca, el gusto por el agua o el aire trasciende toda obra artística. El cuidado de las ciudades como posibles escenarios para la producción de ecosistemas sostenibles, debe prevalecer al desarrollo de aparatos estéticos de dominación que simplemente anestesian la percepción mediante procesos espectaculares. La responsabilidad social ante la configuración de un aparato eco-estético común, supera la discusión sobre lo bello, y se establece como base de posibilidad para la verdadera emancipación del ser humano bajo un futuro estéticamente sostenible.