Cuando cada minuto cuenta: Evento Vascular Cerebral
20
de
November
de
2025
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https://doi.org/10.60647/52pf-cm63

Palabras clave: evento vascular cerebral, prevención, factores de riesgo.

Resumen: En México, el evento vascular cerebral (EVC) constituye la segunda causa de discapacidad (Secretaría de Salud, 2022), representando un importante problema de salud pública en el país. La detección temprana y la reducción del intervalo entre la aparición de los síntomas y el inicio del tratamiento son factores determinantes para mejorar el pronóstico y disminuir el grado de discapacidad (Salvador, D., 2021). Para ello, se han implementado estrategias que permiten identificar oportunamente un evento vascular cerebral (EVC). Entre ellas, destaca el “código cerebro”, un protocolo diseñado para minimizar el tiempo transcurrido entre el inicio de los síntomas y la instauración del tratamiento (IMSS, 2023). Es fundamental considerar y abordar los factores de riesgo modificables o tratables con el fin de prevenir la aparición de esta enfermedad.

Introducción

El evento vascular cerebral (EVC) es un problema de salud pública a nivel mundial (Qiang He, 2024). De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el EVC constituye la segunda causa de muerte en el mundo (Arauz & Ruíz-Franco, 2012). En México, se registran 170 mil nuevos casos de enfermedad vascular cerebral cada año, y el 20% de quienes la padecen fallecen durante los primeros 30 días posteriores al evento. Asimismo, 7 de cada 10 sobrevivientes quedarán con algún grado de discapacidad, lo que posiciona a esta patología como la segunda causa de discapacidad en nuestro país (Secretaría de Salud, 2022).

El concepto de EVC se refiere a cualquier trastorno en el cuál un área del cerebro se afecta de forma transitoria o permanente a causa de una interrupción del flujo sanguíneo, ya sea por la obstrucción (isquemia), y representa el 80-85% de los casos; o por la ruptura (hemorragia) de un vaso sanguíneo, condición que representa del 15-20% (IMSS, 2015).

Existen diversos factores de riesgo asociados a la aparición del evento vascular cerebral, muchos de los cuales son modificables, como el consumo de alcohol, el tabaquismo y la inactividad física, entre otros. Asimismo, algunas enfermedades crónicas, como la hipertensión arterial, la diabetes mellitus y la dislipidemia (niveles elevados de colesterol), incrementan de manera significativa la probabilidad de presentar un EVC (IMSS, 2015). Diversos estudios poblacionales (como el Framingham Study, NHANES y el Asia Pacific Cohort Studies Collaboration) han demostrado que las personas con síndrome metabólico tienen entre 2 y 4 veces más riesgo de EVC isquémico comparado con quienes no lo presentan. Se estima que más del 84 % de la causa de esta enfermedad está asociada con factores modificables (Feigin, 2025). Por lo tanto, el personal del área de la salud, primordialmente del primer nivel de atención desempeñaría un papel clave en la prevención del EVC, al identificar e intervenir sobre los factores de riesgo modificables desde etapas tempranas.

Otro grupo de factores de riesgo corresponde a los no modificables, los cuales son inherentes a la persona y no pueden ser modificados mediante intervenciones externas. Entre ellos, destaca la edad, ya que a partir de los 55 años se incrementa el riesgo de presentar evento vascular cerebral (EVC). Asimismo, la raza y el sexo constituyen factores relevantes, dado que esta enfermedad presenta una mayor prevalencia en hombres que en mujeres, puesto que por cada 3 mujeres hay 4-5 hombres afectados, y es más frecuente en personas afroamericanas o hispanoamericanas (Irenea, 2024).

Dado que esta enfermedad constituye una causa importante de discapacidad, el reconocimiento de su aparición y el inicio oportuno del tratamiento resulta crucial para reducir el daño cerebral y mejorar las probabilidades de recuperación funcional. En casos como este, cada minuto cuenta, por ello, es fundamental reconocer de manera temprana la sintomatología característica del evento vascular cerebral, con el fin de acceder a atención médica especializada lo antes posible (IMSS, 2017).

¿Cuáles son los síntomas más comunes en un EVC?

Los síntomas pueden variar y se pueden presentar en mayor o menor medida, ocasionando discapacidad temporal o permanente.

En la mayoría de los casos, la sintomatología se presenta de manera súbita y, en determinadas ocasiones, puede progresar en cuestión de minutos u horas.

Entre los signos y síntomas más frecuentes se incluyen:

● Alteración repentina en la visión de uno o ambos ojos

● Pérdida repentina de la fuerza en uno o ambos brazos o piernas

● Sensación de hormigueo en la cara, brazo o pierna

● Aparición repentina de problemas para hablar y/o entender

● Balbuceo o palabras incoherentes al hablar

● Desequilibrio o inestabilidad

● Dolor de cabeza

(American Heart Association, 2024)

Las complicaciones dependen del tiempo que el cerebro quede sin flujo sanguíneo y del área cerebral que haya sido afectada (Neurón. E., 2025). Se ha documentado que, dentro de los primeros 3 a 5 minutos sin aporte de oxígeno, las células cerebrales comienzan a morir. Entre los 5 y 10 minutos de anoxia (falta de oxígeno en el cerebro), suele presentarse un daño cerebral severo con escasas posibilidades de recuperación. Transcurridos más de 10 minutos sin oxígeno, la probabilidad de supervivencia disminuye de forma drástica y el daño cerebral se vuelve prácticamente inevitable (Brooks Rehabilitation, 2025).

¿Cómo reconocer un EVC?

En la práctica médica, existen diversas mnemotecnias que facilitan el reconocimiento temprano de los síntomas del evento cerebrovascular. Una de las más utilizadas en México consiste en el uso de las siglas FAST, que corresponde a:

● F (Face / Cara): presencia de parálisis facial o desviación de la comisura labial.

● A (Arms / Brazos): debilidad o pérdida de fuerza en uno o ambos brazos.

● S (Speech / Habla): dificultad para articular palabras, lenguaje incoherente o incapacidad para hablar.

● T (Time / Tiempo): la atención médica inmediata es fundamental; el tiempo es un factor crítico para reducir el daño cerebral.

(American Heart Association, 2024).

¿Qué hacer en caso de EVC?

Es importante recordar que, en el caso de la EVC, el tiempo es un factor determinante. La atención médica debe buscarse de manera inmediata para acceder a un tratamiento especializado que permita minimizar el daño cerebral y mejorar el pronóstico del paciente.

Para este fin, existe el “código stroke” o “código cerebro”, un protocolo prehospitalario y hospitalario diseñado para detectar, diagnosticar y tratar de manera rápida y eficiente un EVC (IMSS, 2023).

El objetivo principal de este protocolo es reducir al mínimo el intervalo de tiempo entre la aparición de los síntomas y el inicio del tratamiento, ya que cada minuto sin flujo sanguíneo al cerebro aumenta el daño neurológico y, con ello, el riesgo de complicaciones y discapacidad permanente (Salvador, D., 2021).

El “código cerebro” contempla diferentes fases que preferentemente deben seguirse de manera secuencial para optimizar los resultados clínicos. El primer paso consiste en la identificación temprana de la sintomatología, la cual suele presentarse de forma súbita y puede manifestarse en cualquier momento: durante la actividad física, en reposo o incluso durante el sueño (IMSS, 2017).

Una vez reconocidos los signos y síntomas, se debe contactar de inmediato a los servicios de emergencia o acudir al hospital más cercano, verificando que este cuente con la capacidad para la atención del EVC. En la unidad hospitalaria, el personal de salud procederá a una evaluación rápida que incluye la historia clínica, la exploración neurológica y estudios de imagen (principalmente la tomografía cerebral computarizada). Posteriormente, será definido el tratamiento terapéutico. Este puede incluir la administración de trombolíticos en casos de EVC isquémico o el manejo más especializado en casos de EVC hemorrágico (UNC Health Care, 2016).

El éxito de la atención depende del trabajo coordinado entre los servicios de urgencias, neurología, radiología y cuidados intensivos, con el propósito de optimizar el manejo del paciente y prevenir o reducir las complicaciones (UNC Health Care, 2016).

Conclusión

La enfermedad cerebrovascular constituye un problema de salud pública en México debido a su alta incidencia, mortalidad y secuelas discapacitantes. La detección temprana de los síntomas y la reducción del tiempo entre su inicio y el tratamiento son factores determinantes para mejorar la supervivencia y preservar la función neurológica, evitando así la discapacidad. Estrategias como el código cerebro han demostrado ser herramientas eficaces para agilizar el diagnóstico y la atención, permitiendo intervenciones rápidas que pueden marcar la diferencia entre la recuperación funcional y la discapacidad permanente. El reconocimiento oportuno de los signos de alarma, junto con la capacitación continua del personal de salud y la disponibilidad de recursos hospitalarios especializados, es esencial para disminuir el impacto de esta patología y mejorar la calidad de vida de los pacientes. Sin embargo, la prevención sigue siendo el pilar fundamental para reducir la incidencia de EVC. Identificar y controlar los factores de riesgo modificables, como la hipertensión, la diabetes, la dislipidemia, el tabaquismo, el sedentarismo y el consumo excesivo de alcohol, permite disminuir significativamente la probabilidad de padecer un evento cerebrovascular. Por lo tanto, fomentar hábitos de vida saludables desde el primer nivel de atención a la salud, promover la educación sobre signos de alerta y garantizar acceso oportuno a atención médica constituyen estrategias esenciales para prevenir esta enfermedad y minimizar sus consecuencias a largo plazo.

AUTOR
REFERENCIAS

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