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Introducción
La discapacidad constituye una de las principales condiciones de vulnerabilidad social en México. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2011), alrededor del 15% de la población mundial vive con alguna forma de discapacidad, y gran parte de este sector experimenta desigualdades sistemáticas en el acceso a derechos fundamentales. En el contexto mexicano, los datos del Censo de Población y Vivienda (INEGI, 2020) revelan que más de 20 millones de personas presentan alguna limitación funcional o condición de discapacidad, cifra que representa aproximadamente el 16 % de la población nacional.
A pesar de avances normativos, como la promulgación de la Ley General para la Inclusión de las Personas con Discapacidad en 2011 y la ratificación de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (ONU, 2006), persisten brechas significativas entre lo establecido en los marcos legales y la realidad cotidiana. Este artículo examina, desde un enfoque cuantitativo, las dimensiones de desigualdad que enfrentan las personas con discapacidad en México, particularmente en los ámbitos de la educación, el empleo y la salud, identificando factores estructurales y proponiendo líneas de acción.
Palabras claves: Discapacidad, desigualdad, normatividad
El INEGI (2020) señala que 6.1 millones de personas tienen discapacidad reconocida oficialmente, mientras que otros 13 millones presentan limitaciones funcionales que afectan actividades básicas. Las principales causas se relacionan con enfermedades crónicas, envejecimiento y accidentes.
En términos de distribución, la discapacidad motriz es la más frecuente (48 %), seguida por la visual (33 %), auditiva (16 %) y cognitiva (12 %). La prevalencia es mayor en zonas rurales y en la población adulta mayor, lo que refleja la estrecha relación entre envejecimiento, pobreza y discapacidad.
Un elemento crítico es la intersección entre discapacidad y pobreza. El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED, 2022) reporta que más del 50 % de las personas con discapacidad en México se encuentra en situación de pobreza multidimensional, frente a un 42 % de la población general. Estos datos confirman que la discapacidad, más allá de una condición individual, se relaciona directamente con la reproducción de desigualdades estructurales.

La brecha educativa es una de las más notorias. De acuerdo con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID, 2018), solo el 44 % de las niñas y niños con discapacidad asiste a la escuela, en comparación con el 90 % de la población sin discapacidad. El rezago escolar es evidente: el promedio de escolaridad para personas con discapacidad es de 6.9 años, frente a 9.2 años de la población general (INEGI, 2020).
Factores como la falta de infraestructura accesible, carencia de materiales adaptados y escasa capacitación docente contribuyen a la exclusión. Si bien existen programas de inclusión educativa, la cobertura sigue siendo insuficiente y fragmentada.
La desigualdad laboral es igualmente marcada. Solo el 39 % de las personas con discapacidad forma parte de la Población Económicamente Activa (PEA), en contraste con el 65 % de la población general (INEGI, 2020). A ello se suma la informalidad: más del 70 % de las personas con discapacidad ocupadas lo hacen en empleos sin seguridad social (CONAPRED, 2022).
La brecha salarial también es considerable: en promedio, una persona con discapacidad gana un 30 % menos que una persona sin discapacidad en condiciones equivalentes (Secretaría del Trabajo y Previsión Social [STPS], 2021). Esta desigualdad evidencia la persistencia de prácticas discriminatorias en los procesos de reclutamiento y en la permanencia laboral.
En el ámbito de la salud, las barreras no son solo físicas, sino también económicas y actitudinales. El INEGI (2020) reporta que cerca del 40 % de las personas con discapacidad no cuenta con acceso a servicios de salud institucionales. Además, el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP, 2021) señala que las consultas médicas a personas con discapacidad son en promedio un 25 % más costosas, debido a la necesidad de traslados, especialistas o equipos auxiliares.
La falta de personal capacitado en atención inclusiva, así como las dificultades para acceder a servicios de rehabilitación y terapia incrementan la exclusión sanitaria.
La desigualdad que enfrentan las personas con discapacidad en México no puede entenderse solo en términos individuales. Existen factores estructurales que perpetúan esta situación:
1. Pobreza y exclusión social: las familias con menores ingresos enfrentan mayores dificultades para costear apoyos técnicos, terapias y transporte accesible.
2. Discriminación y estigma: de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS, 2017), el 58 % de las personas con discapacidad ha sentido discriminación directa, principalmente en la búsqueda de empleo.
3. Deficiencia en políticas públicas: aunque existen leyes y programas, su implementación ha sido fragmentada, con presupuestos limitados y poca coordinación interinstitucional.

México ha ratificado compromisos internacionales importantes, como la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (ONU, 2006), y ha creado instrumentos legales como la Ley General para la Inclusión (2011) y la NOM-173-SSA1-2023, que regula la atención integral a la discapacidad.
No obstante, la distancia entre la norma y la práctica sigue siendo amplia. Por ejemplo, aunque la ley establece la obligatoriedad de accesibilidad universal en espacios públicos, estudios recientes muestran que menos del 30 % de los edificios gubernamentales cumplen con los criterios básicos de accesibilidad (Palacios, 2019).
Para reducir la desigualdad social que enfrentan las personas con discapacidad en México, se requieren medidas estructurales:
● Educación: fortalecer la capacitación docente en inclusión, ampliar la infraestructura accesible y garantizar apoyos pedagógicos.
● Empleo: incentivar a las empresas mediante estímulos fiscales para la contratación inclusiva, y reforzar los mecanismos de inspección laboral.
● Salud: ampliar la cobertura de rehabilitación y terapias, capacitar al personal en trato inclusivo y mejorar la accesibilidad física y digital en servicios de salud.
● Políticas transversales: generar estadísticas actualizadas y desagregadas que permitan un mejor diseño de políticas públicas basadas en evidencia.
El análisis cuantitativo de la discapacidad en México revela una desigualdad estructural que limita el ejercicio pleno de los derechos humanos de millones de personas. Las brechas en educación, empleo y salud muestran que la inclusión aún es un desafío pendiente.
Aunque existen avances normativos, su implementación ha sido insuficiente y desigual. Superar estas brechas requiere no solo de leyes, sino de políticas públicas eficaces, financiamiento adecuado y un cambio cultural que elimine prejuicios y barreras sociales.
Garantizar la inclusión de las personas con discapacidad no es solo un imperativo legal, sino también una condición indispensable para la equidad social y el desarrollo sostenible del país.