Resumen: El evento vascular cerebral es una de las principales causas de discapacidad y muerte en pacientes entre 42 y 68 años, con enfermedades como hipertensión arterial sistémica, diabetes mellitus tipo II e hipercolesterolemia, dicha enfermedad se diagnostica por tomografía, desafortunadamente, no todos los hospitales cuentan con esta herramienta, el objetivo de este trabajo de investigación es acelerar el reconocimiento del evento vascular cerebral, tanto por parte de los familiares como el personal de salud de primer contacto. Debido a la rápida progresión de la isquemia cerebral en el infarto, es importante hacer el diagnóstico y comenzar el tratamiento lo más rápido posible, ya que con cada minuto que pasa, mueren aproximadamente 1,9 millones de neuronas y por cada hora que pasa se estima que son 120 millones de neuronas, 830 mil millones de sinapsis y 447 millas de fibras mielinizadas perdidas, lo que funcionalmente equivale a 3.6 años de envejecimiento.
Palabras clave: Evento cerebrovascular, urgencias, protocolo, código ictus, abordaje.
Introducción
La enfermedad vascular cerebral (EVC) se define como un síndrome clínico caracterizado por el rápido desarrollo de síntomas y/o signos correspondientes, usualmente a una afección neurológica focal y persistente por más de 24 horas sin otra causa aparente más que el origen vascular (SSA, 2008).
Se considera, de forma general, que se trata de un grupo heterogéneo de condiciones patológicas cuya característica común es la defunción focal del tejido cerebral por un desequilibrio entre el aporte y los requerimientos de oxígeno, así como otros sustratos. (Muñoz, 2012) Además, el término enfermedad cerebral vascular hace referencia a un proceso, tanto agudo como crónico, así como isquémico o hemorrágico.
Los principales factores de riesgo no modificables son la edad avanzada, género masculino e historia familiar de EVC, en cambio, los factores de riesgo modificables son la hipertensión arterial, diabetes mellitus, tabaquismo, etilismo, cardiopatías de tipo Valvulopatía, infarto agudo al miocardio, insuficiencia cardiaca congestiva o fibrilación auricular, hipercolesterolemia, sedentarismo y obesidad (SSA, 2008). La hipertensión arterial es el factor más importante porque está presente en la mayoría de los pacientes con EVC isquémico y en sujetos con hemorragia intracraneal.
Aunado a los factores no modificables como modificables, se ha agregado una relación con infecciones, marcadores inflamatorios, ateroesclerosis temprana, homocisteinemia y polimorfismos genéticos (Parra, et al., 2017).
De acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) (2005), se estima que 15 millones de personas sufren un evento cerebrovascular por año. A su vez, de estos mueren 5 millones y otros 5 millones quedan con alguna secuela incapacitante de forma permanente.
Se considera como la segunda causa de muerte en todo el mundo y la primera causa neurológica de discapacidad (Parra, et al., 2017). Pueden ocurrir a cualquier edad; sin embargo, la mayoría ocurren en mayores de 65 años, en un 88% comparado con la población menor, y el riesgo se duplica en cada década de vida a partir de los 55 años (Choreño, et al., 2019).
Otras fuentes determinan que, al menos 1 de cada 6 personas debutarán con un EVC al menos una vez en sus vidas (Ramírez & Téllez, 2016). Además se estima que, por cada EVC sintomático, ocurren 9 infartos cerebrales silentes que impactan en el nivel cognitivo de los pacientes implicados.
Actualmente, en México, la situación de la enfermedad cerebrovascular se ha estudiado poco en ensayos epidemiológicos. La bibliografía disponible describe que el evento vascular cerebral isquémico es la forma más frecuente de enfermedad vascular cerebral en nuestro país y causa entre 50 y 70% de los casos, seguido de la hemorragia intraparenquimatosa, hemorragia subaracnoidea, el ataque isquémico transitorio y la trombosis venosa cerebral (Choreño, et al., 2019).
Al menos el 50% de las admisiones neurológicas en los hospitales generales se deben a alguna forma de EVC, siendo el tipo isquémico la forma de presentación más frecuente. A su vez, el EVC corresponde a una entidad no directamente mortal, pero sí incapacitante que a su vez consume recursos económicos tanto para el sistema de salud como para el paciente, de una forma inmensa y creciente (Muñoz, 2012).
Estadísticamente, se presenta con mayor frecuencia (85%) el EVC isquémico y en menor proporción (15%) el EVC hemorrágico (Choreño et al., 2019), (Pigretti et al., 2019) (Ramírez & Téllez, 2016).
Sin embargo, el EVC hemorrágico, aunque se presenta en menor proporción, condiciona un peor pronóstico, con tasas más elevadas de morbimortalidad, sobre todo si en las primeras horas hay un declive rápido del cuadro clínico (Rodríguez et al, 2013).
Como en todo servicio de urgencias, se debe establecer de forma sistemática la jerarquía de atención de los pacientes críticos, en este caso, del paciente con EVC, tendiendo a priorizarlos ya que deben ser atendidos de forma rápida, siendo entonces que todo el personal sanitario debe estar capacitado para reconocer signos y síntomas de un EVC y así no demorar la realización de su triage más allá de 5 minutos.
La sospecha clínica ocurre en el primer nivel de atención, por lo que es imperativo un interrogatorio enfocado en la identificación de factores de riesgo, así como el tiempo de evolución del cuadro clínico con las características esenciales del EVC, como lo es el inicio súbito de un déficit neurológico de características focales, el factor más importante. Esto aunado a realizar una historia clínica y exploración física breve y sistemática, focalizadas para referir al segundo o tercer nivel de atención (SSA, 2008).
Las manifestaciones clínicas son variables; sin embargo, se pueden concentrar en signos y síntomas de deterioro cognitivo y alteraciones focalizadas neurológicamente de inicio súbito. El examen neurológico muestra signos de afectación de una región cerebral específica irrigada por una arteria de la circulación cerebral anterior o posterior que usualmente pueden ser agrupados en síndromes cerebrovasculares y permiten determinar el sitio del infarto (Choreño et al., 2019). La severidad del cuadro es mayor en sujetos con afección de la arteria carótida interna.
También, se sabe que el territorio vascular afectado sugiere el mecanismo etiológico subyacente, es decir, por lo general, en la ateroesclerosis de grandes vasos se observa frecuentemente infartos de la circulación cerebral anterior y algunos sitios de la circulación posterior, en cambio, la oclusión de vasos pequeños, el principal sitio de infarto se presenta en la arteria basilar y arteria cerebral posterior (Choreño, et al., 2019).
En primera instancia, se debe realizar un abordaje inicial general, rápido, donde se realice una exploración física, como en cualquier otro paciente de urgencias, examinando el ABC (Vía aérea, Respiraciones y Circulación), posterior se necesita una valoración del déficit neurológico, así como de las comorbilidades existentes, con el fin de identificar el EVC pero también excluir condiciones que simulen isquemia cerebral focal y que requieran intervención inmediata y una exploración integral con enfoque en búsqueda de soplos y arritmias cardiacas, enfermedades comórbidas como lo son las reumatológicas, infecciosas o neoplásicas que se relacionan con infarto cerebral.
Seguido a ello, se debe interrogar al paciente o, en su caso, a un familiar respecto a los antecedentes patológicos con el fin de identificar padecimientos crónico-degenerativos y factores de riesgo, consumo de medicamentos con acción en el sistema nervioso central o anticoagulantes, pero, sobre todo, la piedra angular del interrogatorio se basa en saber el tiempo de inicio de los síntomas (Pigretti et al., 2019).
Con el fin de identificar el déficit neurológico y reconocer si se trata de un EVC isquémico o no, para no retrasar el tratamiento, se recomienda tanto en el uso prehospitalario como hospitalario el uso de herramientas sencillas y de alta sensibilidad para detectar sintomatología sugerente de EVC como lo son las escalas de Cincinnati, Los Ángeles y ROSIER (Choreño, Carnalla, & Guadarrama, 2019).
De manera hospitalaria, el uso de la escala de Ictus de los Institutos Nacionales de salud de EU (NIHSS) ha demostrado ser útil y reproducible tanto para médicos neurólogos como no neurólogos por lo que su uso debe difundirse para utilizarla de forma cotidiana (Powers et al., 2018).
El tratamiento temprano y específico del EVC será determinado por su origen de patogenia, es decir, que sea de tipo isquémico o de tipo hemorrágico, dicha diversificación será establecida por la TAC de cráneo, es entonces que el tratamiento se divide en dos vertientes.
Básicamente, el objetivo del tratamiento dependerá en gran medida del tiempo desde el inicio de los síntomas; es decir, en aquellos pacientes que acuden de forma temprana, en las primeras 3 horas, inclusive hasta las 4.5 horas, según las últimas guías de actuación, posteriores al inicio de los síntomas, es posible dirigir el tratamiento a eliminar la obstrucción arterial responsable de la isquemia y reinstaurar el flujo sanguíneo cerebral para limitar el daño neuronal y reducir el área de penumbra isquémica.
La alteplasa a dosis 0.9mg/kg, máximo 90mg en 60 minutos, se recomienda en ciertos pacientes, mismos que deben haber presentado síntomas de EVC con una antigüedad de 3 a 4.5 horas. Se deben revisar los criterios para fibrinólisis. La efectividad de la terapia con alteplasa es tiempo dependiente, por lo que se debe iniciar cuan pronto sea posible, ningún estudio auxiliar debe anteponerse a la administración de trombolisis (Powers et al., 2018).
Sin embargo, en nuestro país actualmente, el porcentaje de centros hospitalarios que hacen uso de este tratamiento es relativamente bajo, ya que implica cuidados especiales, existencia del medicamento y la necesidad de que el paciente llegue de forma temprana al inicio de los síntomas (Choreño et al., 2019).
En cambio, en aquellos pacientes que acuden posteriores al periodo de ventana o que no cumplen con criterios de trombolisis, el tratamiento se verá enfocado en tratar las comorbilidades subyacentes como lo son la hipertensión arterial, control glucémico y control de complicaciones resultantes de la discapacidad neurológica y del edema cerebral (Choreño et al., 2019).
El tratamiento del paciente es fundamentalmente médico y se basa en el soporte vital, monitorización neurológica y prevención de complicaciones del paciente, todo ello con el objetivo primordial de evitar el aumento del tamaño de la hemorragia y, con ello, el efecto de masa y presión intracraneal (Rodríguez et al., 2013)
Se estima que, existe una supervivencia del 80% a 30 días posteriores; sin embargo, más de la mitad de los supervivientes permanece con algún deterioro neurológico (Choreño, et al., 2019). Además de que, durante los días de hospitalización y vigilancia, se aúna a la mortalidad el riesgo de infecciones secundarias por aspiración, enfermedad cardiaca, complicaciones secundarias a la inmovilidad y comorbilidades propias del paciente (Powers et al., 2018).
Los predictores existentes respecto a la recuperación del paciente incluyen la edad, concentraciones de glucosa, temperatura y antecedente de EVC. Además, que, es un predictor positivo el hecho de haber sido manejado en una unidad de cuidados intensivos neurológicos disminuyendo la mortalidad un 20% y mejorando su funcionalidad. (Choreño et al., 2019).
Se denomina código ictus como “un procedimiento asistencial regional, en red, transversal y coordinado que pretende garantizar a los ciudadanos el acceso a las terapias de reperfusión cerebral en el seno del ictus isquémico agudo, siempre y cuando cumplan los criterios que aconsejan su posibilidad” (SESCAM, 2015).
En sí, el código ictus surge tras la implantación en la práctica clínica del tratamiento trombolítico, con el fin de crear una estrategia diagnóstica con dos objetivos principales; realizar un proceso diagnóstico en las primeras horas de iniciados los síntomas neurológicos e identificar para su selección a aquellos pacientes candidatos a terapia de reperfusión trombolítica (SESCAM, 2015).
Además, los protocolos de código ictus pretenden establecer de forma sistemática el tratamiento agudo del EVC, sobre todo el de tipo isquémico, dentro de las primeras 48 horas de evolución, con la finalidad de mejorar el manejo clínico y contribuir reduciendo las complicaciones y mortalidad de dicha entidad (Aguilera et al., 2012).
Para la implementación del “código ictus” es necesaria además la educación a la población sobre los síntomas de ictus y su urgencia, la coordinación entre distintos niveles asistenciales, la formación adecuada de los profesionales y un adecuado control de calidad (SESCAM, 2015).
Se trata de un estudio prospectivo observacional en donde se implementó una herramienta de tipo hoja de evaluación para el análisis del abordaje, en urgencias, durante la activación de un código para pacientes en sospecha de evento cerebrovascular, el cual se denominó como “Código Ictus”. Dicho estudio fue establecido en el servicio de urgencias de un hospital privado en la ciudad de Puebla, durante el periodo de tiempo del 1 de agosto a 31 de diciembre 2019, con el fin de establecer un protocolo de abordaje médico para el evento cerebrovascular.
La hoja de evaluación para pacientes con evento cerebrovascular se creó con base en la Escala de National Institute of Health Stroke Score (NIHSS), el protocolo de la American Heart Association (AHA) y American Stroke Association (ASA), Guía Mexicana de práctica Clínica de Evento Cerebrovascular y códigos ictus previos (Figura 1).
Posterior a la creación de dicha herramienta se prosiguió a realizar su uso como proyecto sombra para evaluar el abordaje y tratamiento que se establece actualmente en el servicio de emergencias ante el paciente con evento cerebrovascular, calculando así la utilidad, facilidad y tiempo aproximado que se ocupa en llenar los datos de dicha herramienta, así como evaluar y justificar la necesidad de estandarizar el abordaje del paciente con EVC de acuerdo con el estado del arte actual.
Se estudiaron a todos aquellos pacientes ingresados al servicio, de los cuales se fueron seleccionando aquellos que acudían con cuadro clínico sugestivo de evento cerebrovascular, ya fuese de tipo isquémico o hemorrágico, pese a que al principio no se supiera con exactitud su diagnóstico. Todos los pacientes fueron adultos y no fueron discriminadas por género ni por enfermedades comórbidas; sin embargo, sí fueron tomadas en cuenta para la estratificación de riesgos para la enfermedad y morbimortalidad de la hoja de evaluación.
Básicamente, se desarrolló una herramienta para estudio sombra del diagnóstico y manejo del Código ictus en el servicio de urgencias con el fin de evaluar y comparar con guías internacionales, estableciendo así conclusiones respecto al abordaje y recomendaciones específicas de mejoría ante dicho evento de tipo emergencia.
En el periodo de tiempo estudiado, se registraron un total de 28 pacientes ingresados al servicio de urgencias, que debutaron con alteración neurológica compatible con evento cerebrovascular.
Del total de pacientes ingresados, posterior a la exploración física, anamnesis y evaluación clínica, se descartaron 11 pacientes por realizarse diagnóstico de una patología diferente al EVC (Figura 2).
Respecto a las edades de los pacientes diagnosticados con EVC, se obtuvo un rango de 18 a 85 años, con una edad promedio de 50.5 años y una mediana de 59.5 años. A su vez, de los 17 pacientes, se registraron un total de 7 mujeres y 10 hombres. Especificando en los pacientes con EVC, se encontraron 5 pacientes hombres y 5 pacientes mujeres.
Por otra parte, se obtuvo un total de 17 pacientes incluidos quienes, posterior a la exploración física, anamnesis y evaluación clínica, se concluyó en diagnóstico de evento cerebrovascular. De estos pacientes, 7 correspondieron a evento cerebrovascular de tipo isquémico transitorio, 6 a evento cerebrovascular de tipo hemorrágico y 4 a evento cerebrovascular isquémico.
Así, del total de los 10 pacientes diagnosticados con EVC; 6 fueron asignados con un triage de tipo rojo, 3 amarillo y 1 verde. Sin embargo, cabe resaltar que, pese a su clasificación de ingreso, el 100% de los pacientes fueron atendidos de manera instantánea por el personal de enfermería en un tiempo aproximado de 5 minutos desde su ingreso.
Los síntomas de aquellos pacientes que tuvieron diagnóstico final de EVC hemorrágico presentaron, como primer señal cefalea intensa en el 100% de los casos, seguido de náuseas, vómito, mareo, foto y fonofobia, crisis hipertensiva y fatiga con somnolencia.
A su vez, los pacientes que tuvieron diagnóstico final de EVC isquémico, presentaron como primer síntoma alteraciones motoras, en mayor incidencia de extremidades inferiores y posterior, superiores, continuando con desviación de comisura labial y alteraciones en el habla, tanto de fonación como de contenido.
Al momento de su ingreso, como es rutina con todo paciente que accede al servicio de urgencias, fueron tomados los signos vitales, posteriormente todos fueron monitorizados.
De forma relevante, se encontró que el 80% de los pacientes presentaban una tensión arterial elevada y solo un paciente presentó adicionalmente taquipnea. Respecto a los demás signos vitales, en el 100% de los casos se encontraron dentro de parámetros normales.
Las comorbilidades que se preguntaron y enfatizaron en el estudio fueron la presencia de hipertensión arterial sistémica, cardiopatía, diabetes, sedentarismo, tabaquismo, obesidad, etilismo, dislipidemia y antecedentes familiares de EVC. De estos, la mayoría de los pacientes solían presentar varios al mismo tiempo, siendo el más común el sedentarismo, continuado por la hipertensión arterial sistémica (Figura 3).
De la población estudiada se observó desde su forma de haber sido trasladado a urgencias, el primer personal de salud que lo auxilió y el tiempo de ingreso hasta la realización de tomografía axial computarizada de cráneo (TAC).
Respecto al primer personal de salud que contactó al paciente en cuestión, la mayoría fue con paramédicos, seguido de médicos generales y, por último, ningún personal previo al de urgencias. A su vez, el traslado de la mayoría de los pacientes fue en vehículo propio sin ninguna medida de seguridad adicional.
A su vez, el tiempo que se tardó desde el ingreso del paciente a urgencias, la sospecha diagnóstica por parte del personal de urgencias y su envío a realizarse TAC de cráneo urgente, el tiempo promedio fue de 25 minutos, siendo el menor tiempo posible de 15 minutos y el mayor de 40 minutos. Cabe resaltar que, de los 10 casos obtenidos con EVC, solo a un paciente no se le realizó la TAC simple de cráneo al momento de su ingreso de urgencias, por indicación y conclusión de su médico tratante.
Posterior al estudio de imagen, se identificó que 6 correspondieron a un evento cerebrovascular de tipo hemorrágico, siendo 1 amiloidea derecha, 1 subaracnoidea, 1 hemisferio izquierdo y 3 hemisferio derecho.
Por su parte, 4 pacientes presentaron evento cerebrovascular de tipo isquémico. De estos pacientes, 3 fueron tratados exitosamente con fibrinolisis con alteplasa; 2 en unidad de cuidados intensivos y 1 en el servicio de urgencias, este último con mejoría motora notoria durante la infusión endovenosa del medicamento.
El paciente que no fue candidato a fibrinolisis se debió a que había llegado a urgencias posterior a persistencia de síntomas por más de 24 horas, es decir, fuera de tiempo de ventana para fibrinolisis.
Se consideran como medidas generales en el tratamiento del paciente el posicionar la cabecera de la camilla a 30°, mantener una vía endovenosa permeable, monitorización de signos vitales y saturación de oxígeno, glicemia capilar, oxigenoterapia, entre otras medidas como lo es vigilancia neurológica, cuantificación de líquidos (diuresis) e intubación.
En nuestro estudio se encontró que dichas medidas, al menos las primeras 4 fueron realizadas con constancia: sin embargo, la toma de glicemia y oxigenoterapia no fueron utilizadas todo el tiempo (Figura 4). A su vez, solo 2 pacientes necesitaron de intubación debido a presentar modificaciones súbitas en la escala de coma de Glasgow y por presentar puntaje inicial de Glasgow menor a 8.
De forma adicional, se tomó en cuenta el tratamiento solicitado y administrado durante el servicio de urgencias tanto por el neurólogo como por el médico de urgencias y se clasificó en sí el paciente tenía diagnóstico de EVC hemorrágico o EVC isquémico. Encontrándose diferentes fármacos solicitados y administrados tanto de forma endovenosa como oral (Figuras 5 y 6).
El uso de un abordaje estandarizado, en el servicio de urgencias, ante la presencia de un paciente con sospecha clínica de EVC, es fundamental debido a que cada minuto que evoluciona sin tratamiento, se traduce en daño cerebral.
El EVC es la principal causa de discapacidad y la segunda causa de muerte mundial. Si bien existe un incremento en la carga global de esta enfermedad, el uso de programas de formación y la optimización del tratamiento agudo han demostrado ser eficaces en la reducción de morbimortalidad en los últimos años. (Pigretti, et al., 2019)
En el presente estudio, obtuvimos que, a diferencia de la literatura que estipula que la mayoría de los EVC se presentan a partir de los 65 años, con mayor predisposición a partir de los 55 años, obteniendo en nuestro estudio que la mayoría de los pacientes tuvieron una edad entre 37 años el más joven y 83 años el más longevo, con una mediana de 78 años. A su vez que, respecto al género, encontramos que la estadística marca igual para hombres como mujeres; 50% para cada uno.
El triage recomendado para todo paciente con sintomatología correspondiente a alteración neurológica que sugiera EVC debe ser rojo o amarillo como mínimo. Para su desgracia, tuvimos un paciente clasificado como verde y correspondiente a diagnóstico de EVC, por fuera, el 90% restante fue clasificado de forma correcta a su ingreso.
En el caso de un paciente con EVC isquémico, el tiempo es bastante importante para la consideración del tratamiento, se estima que para la fibrinolisis es necesario un tiempo máximo transcurrido de 4.5hrs. En nuestro estudio, 3 de los 4 pacientes con EVC isquémico se encontraban en tiempo ventana por lo que se les pudo realizar fibrinolisis, exceptuando al 4to paciente quien llevaba más de 24 horas por lo que automáticamente no fue candidato para trombólisis.
Las escalas neurológicas tuvieron diferentes resultados, siendo correspondientes entre ellas respecto a la gravedad del paciente; sin embargo, en mucho de los casos no fue más relevante que la sintomatología. A su vez que la mayoría de los médicos no implementaban el uso del NIHSS a excepción un neurólogo.
La mayoría de los pacientes, previo a su ingreso a urgencias fueron atendidos por personal de paramédicos por lo que contaban con una valoración previa apropiada; sin embargo, 30% habían sido analizados previamente por médicos generales por lo que se encuentra, otra vez, la importancia de que todos los médicos tanto especialistas como generales tengan siempre en mente las manifestaciones clínicas del EVC.
Por otro lado, 30% de los pacientes que acudieron al servicio de urgencias no habían acudido a ningún personal de salud previamente, encontrándose entonces, la imperativa de que, de igual manera, la población en general conozca los datos básicos de manifestación de un EVC para saber acudir de manera inmediata al servicio de urgencias para su correspondiente tratamiento.
El tiempo estándar entre el ingreso del paciente y la realización de la TAC, según la bibliografía debe ser en menos de 20 minutos, en nuestro estudio encontramos que el tiempo menor en el cual fue realizada la TAC fue de 15 minutos, así como el 40% de los estudios se encontraron dentro del rango de tiempo ideal. Otro 30% de pacientes se les fue realizada la TAC a los 30 minutos de su ingreso, 1 a los 40 minutos y 1 no se realizó, encontrándose entonces 60% de los pacientes por fuera de las metas internacionales.
A su vez, respecto a los diagnósticos del EVC, la literatura marca que tiene mayor incidencia el EVC isquémico, sin embargo, en nuestro estudio tuvimos mayor incidencia de EVC de tipo hemorrágico.
Respecto a los estudios auxiliares, las guías internacionales establecen que es necesario realizar electrocardiograma, radiografía de tórax y tiempos de coagulación, mismos estudios de laboratorio que fueron realizados en menos del 50% de los pacientes, por lo que se debe reiterar e informar a los médicos de dicha intervención.
El tratamiento con alteplasa fue realizado, en la mayoría de los casos, dentro de la unidad de cuidados intensivos, tal y como lo estipulan las guías internacionales. Sin embargo, un caso fue realizado durante el servicio de urgencias debido a encontrarse en límite superior de tiempo de tiempo ventana por lo que no había tiempo que perder para su tratamiento. Cabe resaltar que fue administrado de forma más lenta de la usual y con observación estricta por parte de enfermería, comentando a su médico neurólogo tratante ante cualquier eventualidad.
El tratamiento, tanto para el EVC isquémico como hemorrágico, en el servicio de urgencias tiene demasiadas discrepancias que van desde el médico de urgencias en turno que ordene las indicaciones, el médico neurólogo y las condiciones propias del paciente.
Algunos medicamentos indicados, como lo es la dexametasona, el omeprazol y el nimodipino, no han mostrado efectividad o beneficio en los pacientes con evento cerebrovascular, por lo que su indicación no parece clara y es debatible.
Conforme al presente estudio, se puede concluir que actualmente en el servicio de urgencias del Hospital Puebla no se encuentra establecido como tal un abordaje protocolizado para el paciente con evento cerebrovascular, facilitando entonces una amplia brecha de abordajes diversos dependiendo del médico tratante.
Es entonces que se suscita la necesidad de establecer una estandarización de abordaje en el paciente con EVC, para poder así diagnosticar de forma ágil y precoz al paciente y así poder tomar las medidas pertinentes, sobre todo recordando al paciente con EVC de tipo isquémico el cual cuenta con un tiempo determinado para realizar procedimiento de trombolisis.
Con base a nuestra herramienta implementada, se puede englobar que es un checklist rápido que engloba las medidas generales, estudios y datos del paciente necesarios para poder realizar de manera sistemática el abordaje del paciente con EVC y, así, comenzar a secuenciar un abordaje ordenado y completo conforme a las guías nacionales e internacionales de práctica clínica del paciente con evento cerebrovascular.
A su vez se pretende realizar un abordaje sistemático y apoyado en herramientas visuales (checklist) que ayude a recordar al médico, que aborda al paciente con síntomas sugestivos de EVC, a tomar en cuenta todas las medidas necesarias y útiles en dicha población con el fin de otorgar un mejor tratamiento que beneficie al momento y en la evolución del paciente.