Esto es algo que yo siempre me he preguntado y recuerdo con muchísimo cariño a uno de mis maestros, el doctor Mauricio Russek Berman (1931-1990). Decía él que los que nos dedicamos a hacer ciencia en el ámbito de un laboratorio deberíamos tener seguramente algunas conexiones cerebrales especiales y son esas conexiones las que seguramente nos hacen curiosos e inquietos.
Y eso es lo que sucede: preguntarnos qué está pasando es meternos en la vida de los demás, así como en la propia, porque es la perseverancia de la necedad. Así podemos llamarlo y la curiosidad explica que nos dediquemos a la investigación científica.
Me preguntaba yo si esas cualidades operan como defectos o todo depende del momento en el que aparecen, sin embargo, hay áreas donde se nota mucho esta influencia de nuestra propia personalidad; en el deporte, en la investigación científica y en nuestra vida diaria, esas características van a jugar un papel importantísimo y dicen, y dicen bien, que todo comienza cuando uno es pequeño.
Uno de mis primeros recuerdos de esta inquietud fue una vez que yo me preguntaba de dónde venía el hombre. Y de ahí nacen muchas cosas. Cuando uno trata de buscar esa respuesta y no las encuentras, empieza a investigar y a interesarse por la investigación.
También en alguna ocasión me han preguntado que si de niña ya tenía yo vocación para la ciencia y les digo que lo más cercano de mi vocación científica fue mezclar ingredientes para inventar nuevas cosas y jugar con eso.
De niña me gustaba mezclar todo lo que encontraba y yo creo que ahí estaba oculto mi espíritu de química y por eso me dediqué a esa carrera. La microbiología llegó a mi vida sin que me diera cuenta y uno no se da cuenta quizá porque tiene buenos mentores.
En ese sentido, nuestra institución ha sido de verdad pionera en muchos aspectos, pero también para motivar a los niños, a los jóvenes, a las jovencitas y a las niñas a hacer ciencia.
Por eso es fundamental compartir con ellos muchas de las experiencias y anécdotas que ha tenido una y eso pasó en mi caso.
Yo recuerdo con muchísimo cariño al doctor Jorge Gómez, también al doctor Guillermo Pérez y Pérez o al doctor Arquímedes Morales Carranza. Ellos me apasionaron por este mundo, ellos me hicieron ver que la microbiología era ese mundo invisible que nosotros desconocemos en tantos aspectos.
Y todavía recuerdo, cuando en algo no encontrábamos contestación, cómo el doctor Arquímedes Morales Carranza nos proponía temas para tesis doctoral.
Y sí es cierto que todo aquello que desconocemos nos motiva a seguir buscando. Así me interesé en la microbiología y así me enamoré de los micoplasmas de las bacterias con las que he trabajado durante más de 30 años.
Aunque también debo reconocerlo: me volví infiel a los micoplasmas durante un tiempo. Lo he sido y confieso mi infidelidad hacia los micoplasmas, aunque hice mi tesis de licenciatura sobre el papel de estos microorganismos en las infecciones del tracto respiratorio.
Varias personas influyeron en mi vida y en mi pasión por la microbiología, como la doctora Silvia Giono Cerezo, a quien considero mi mamá académica. Ella formó a jóvenes investigadores y muchos de ellos se desarrollan hoy, y de manera muy muy exitosa, en diferentes partes de nuestro país y en el extranjero. O el doctor Morales Carranza, a quien yo le agradezco que me haya cobijado en su laboratorio cuando nosotros comenzamos.
Fue en un área cercana al Hospital Universitario, donde está hoy en día una parte del posgrado en Estomatología. Ahí estuvimos y el doctor Morales Carranza siempre nos motivó a que trabajáramos con muy poco. Aprendimos a optimizar cada cosa que teníamos y así empezamos con nuestras cajas de cartón.
Lo único que teníamos eran unos cuantos materiales de laboratorio y empezó así esta gran aventura con el doctor Eduardo Aguirre, que es parte también de mi formación en la BUAP y en la Facultad de Ciencias Químicas, como lo es el doctor y maestro Carlitos Pérez, a quien recuerdo siempre con muchísimo cariño.
Así que mucho del trabajo que hice al principio tuvo que ver con micoplasmas, es decir, con el papel de estos microorganismos en infecciones crónicas y en particular en enfermedades de naturaleza autoinmune. Esa parte del trabajo la proseguí en mi tesis de doctorado probando en modelos animales o biomodelos el papel que podrían jugar los micoplasmas causantes de la artritis.
Y luego llegaron muchas otras cosas, producto de la investigación. Generalmente, uno va y los expone en congresos nacionales e internacionales. Yo creo que es parte de esta formación y de esa capacidad que vamos desarrollando de compartir las experiencias.
Mis compañeros de toda la vida en lo sentimental, como mi esposo, y en lo académico, como mi gran amigo el maestro Constantino Gil Juárez, siempre estuvimos trabajando codo a codo hasta que él decidió jubilarse. Y lo seguimos extrañando porque él ha sido parte fundamental de las investigaciones que realizamos en el grupo de micoplasmas al igual que el Doctor Rivera Tapia.
Pero el aspecto familiar nunca se debe dejar a un lado. Yo siempre les digo a mis alumnas que la madre naturaleza a veces es un tanto cruel con las mujeres porque la etapa en la que una es más productiva desde el punto de vista académico también es la etapa en la que una puede tener hijos y puede educar a esos pequeños.
Entonces, mis pequeños se volvieron los compañeros calladitos que siempre acompañaban a mamá en las tardes cuando no había quién los cuidará y me acompañaron durante muchas jornadas dando clases y también a dar cursos o a los congresos donde asistí y creo que esto o bien inmuniza a los hijos en contra de la ciencia o bien, por lo contrario, los motiva.
En fin, poco a poco fueron apareciendo los aportes que una va haciendo a la investigación y uno de los artículos que más frutos ha dado es este artículo que publicamos en 1993 un año muy importante en mi vida personal porque fue el año en que me volví madre.
Este texto fue precisamente el que provocó que a los micoplasmas se les tomará en cuenta como posibles agentes que causan la exacerbación del asma y por eso diferentes grupos de científicos en todo el mundo empezaron a considerar los micoplasmas, en particular el Mycoplasma pneumoniae.
Otro tema que me produjo una gran satisfacción fue trabajar con una paciente que tenía un cuadro de lo que ahora sabemos que es síndrome antifosfolípido, una enfermedad autoinmune que se produce cuando el sistema inmune crea anticuerpos que coagulan la sangre más rápidamente.
Ella estuvo en terapia intensiva con diversas complicaciones, pero salió adelante ya que en ella encontramos Mycoplasma penetrans, una bacteria que siempre se había asociado a pacientes con sida y era la primera vez que se encontraba en una paciente sin sida y con una vida sexual activa.
Entonces, esto marcó todo un cambio porque esta cepa de micoplasma empezó a ser estudiada en diferentes partes del mundo. Luego secuenciaron completamente su genoma, encontraron las características que tenía y se ha vuelto una cepa de referencia para todos los que estudian este campo.
Nosotros tuvimos el gran honor de haber aportado una parte de la investigación sobre esta bacteria. Entonces, cuando se puede decir “ya sembré un árbol, ya tuve un hijo y ya escribí un libro”. Y todo me sucedió al encontrar el Mycoplasma penetrans. Y luego se agregó otra nueva etapa en mi vida científica.
Fue un gran reto el hacerme cargo, como directora, del Centro de Detección Biomolecular de la BUAP, el cual surge a raíz de la pandemia de influenza AH1N1 en el año 2009 por iniciativa de un grupo de investigadores, liderados por el doctor Ygnacio Martínez Laguna, que de verdad es un orgullo para la universidad.
A él se debe que naciera este centro y a mí me tocó ser la mamá que llegó después y lo recibí con todo lo que el doctor Ygnacio había conseguido a través de un proyecto financiado por el Conacyt, por el gobierno estatal y por nuestra institución.
Me tocó echar a andar a ese niño para que diera sus primeros pasos y en ese sentido yo agradezco muchísimo la colaboración de mis compañeros que trabajan en el Centro de Detección Biomolecular, quienes, además de muy profesionales, son personas muy entregadas, siempre dispuestas a dar lo mejor de sí en aras de contribuir al conocimiento científico, pero también a la salud de los y de las universitarias.
Y la verdad es que esta pandemia causada por el SARS-CoV-2 nos ha permitido retribuir un poquito de lo mucho que nuestra institución nos ha dado y apoyar a más de 7000 universitarios que han acudido a realizarse la prueba PCR con nosotros en momentos de incertidumbre cuando sienten que no saben si tienen o no tienen la infección cuando los abruma la angustia o cuando necesitan de ese resultado para poder ingresar al hospital.
Nosotros seguimos realizando la detección de este virus tanto a personas universitarias como a externos porque el rector Esparza ha sido un hombre generoso y abierto a ampliar este diagnóstico a personas no universitarias que necesitan de la prueba y pueden hacerlo llamando a un centro de atención telefónica (22 22 14 07 25) de lunes a viernes de 8 de la mañana a 5 de la tarde, donde pueden ser atendidos por pasantes jóvenes de la Facultad de Medicina, quienes ya hicieron su internado y están ahora en el servicio social.
Ellos los atenderán a través de una serie de preguntas para determinar si son sospechosos de tener este virus y si amerita una prueba de diagnóstico. En caso de ser necesario, los agendan y nuestros compañeros harán la toma de muestra en una carpa que está ubicada entre la DASU y el estacionamiento de la Biblioteca Central en Ciudad Universitaria, el lugar donde se toma la muestra. Tras ser procesada en el laboratorio, entregamos sus resultados a través de su número de WhatsApp o de un correo electrónico.
Es muy importante reconocer la labor que ha hecho nuestra institución para que estas pruebas sean gratuitas y dirigidas tanto a universitarios como a sus familias. Cuando se detecta un paciente positivo también se toman muestras en los miembros de su familia o de personas con quienes hayan estado en contacto cercano.
En momentos de pandemia es cuando más se requiere la actitud solidaria de los universitarios, pero también de la aportación de la institución para el desarrollo de la tecnología y de la ciencia.
El hecho de que tengamos gente capacitada en un laboratorio perfectamente equipado no es obra de la casualidad, sino del esfuerzo de todos nosotros como universitarios. Y de la inquietud de los jóvenes por qué también hay jóvenes universitarios que han sido ya formados y capacitados por la voluntad y vocación de nuestras autoridades.
No quiero terminar sin hablarles un poquito de una actividad que también me apasiona y es la divulgación de la ciencia. Yo empecé trabajando en el laboratorio sin pensar que iba alguna vez a dedicarme a divulgar la ciencia. Estaba yo acostumbrada a escribir en un lenguaje científico para colegas que iban primero a evaluar lo que yo estaba escribiendo y después a publicarlo.
Nunca imaginé dirigirme a otro público. Estos lectores que no conocen de este fascinante mundo y a los que quise llegar, pero solo me atreví a hacerlo en un diario que está escrito para universitarios y se reparte de manera gratuita en nuestra institución.
Fue un compañero, Ángel Ortega, quien tuvo a bien invitarme a escribir y el primer borrador que hice Lo leí y lo borré. Me dije: “no, para nada, esto está aburridísimo” Pensaba que, si mi abuela viviera, lo iba a leer nada más porque soy su nieta, pero seguro le iba a aburrir tremendamente.
Fue entonces que decidí cambiar el estilo. Decidí escribir como yo hablo con los jóvenes. Me encanta dar clases, me encanta comunicarme con ellos. A veces bromeamos, a veces les cuento anécdotas. Y así tiene que ser. Empecé a escribir con ese estilo posteriormente cuando ya llevaba escritos un buen número de aportaciones para el periódico universitario.
La Mtra. Olivia Zacarías me dijo: “Oye Lili, ¿qué estás haciendo con lo que escribes?” Y yo le dije pues está en una USB. Así fue como decidimos publicar mi libro y quienes han jugado un papel importantísimo para que estos libros tengan éxito y sean atractivos para todos han sido Daniel Arenas, diseñador gráfico, quien me acompañó desde el primer libro, y Eduardo Picazo, también diseñador gráfico, que nos apoyó en el primer ejemplar.
Ellos se encargaron de diseñar y poner la magia e hicieron una serie de libros con esta forma de comunicarnos con personas de todas las edades, desde niños pequeñitos hasta adultos mayores que quieren saber un poquito más de este fascinante mundo.
Puede decirse que todo empezó con Mundo invisible La microbiología según Lilia (2014), el título del primer libro. Yo tuve un problema cardíaco hace 11 años y decía medio en broma que iba a escribir un libro que se llamara la isquemia según Lilia pues iba a ser un texto escrito por una paciente para que supieran los lectores lo que siente un paciente.
Entonces, como no escribí La isquemia según Lilia, me puse a escribir La microbiología según Lilia y así nació el título de mi primer libro. Luego escribí otros y el último salió en 2019 y yo siempre le digo a Dani que la aparición de Perdón ¡Soy malo! tuvo algo de premonitorio porque él hizo la Ilustración de este libro antes de que apareciera el Covid y si ustedes ven esta ilustración se parece mucho al virus que provocó esta pandemia.
Como yo les digo de cariño, los virus y las bacterias son unos bichos que no son malos porque sí, es su naturaleza y todo lo que busca son formas de asegurar su replicación y su permanencia. Todo lo hace así sin querer ni pensar en causar daño y muchas veces el daño que se produce es iniciado por el microorganismo, pero inducido por la respuesta de nuestro sistema inmune que responde en exceso y nos lleva muchas veces a la muerte.
Así pues, “Perdón ¡Soy malo!”, es la respuesta que daría el SARS COV 2 si nos pudiera hablar a todos nosotros.